Te paseaste con los harapos de la desdicha,
cuan dios que abandona el templo hundido…
Nos despreciaste con tu mirada perdida
envuelto en ese aire obsoleto y sacudido…
Viste que no avanzabas,
que tus noches eran grises y encendidas…
que, en tu mirada,
ya no lucía ese hermoso brillo…
Tú mismo te encadenaste,
a la soberbia y el sinsentido…
Tú mismo te amarraste,
a la tristeza y el atribulado olvido…
Adiós, desconocido,
adiós moribundo herido.