De cuántos querríamos parar y bajar,
no llegar a la estación sin término,
sino navegar y zarpar,
sin sandalias ni horarios recios.
A cuántos añoraríamos ni subir ni montar,
ni tener que buscar un asiento,
sino remar y avanzar,
sin relojes ni más tiempos.
Son los trenes de la vida,
los trenes del desprecio,
los trenes a los que no subimos,
y todos aquellos que tal vez perdemos.
Son los trenes del silencio,
de la mirada perdida, del teléfono obsoleto,
de las legañas de sueños incumplidos,
de los latidos de corazones incompletos.