Caminé por colinas de piedra y tierra,
que me recordaban,
que mi vértigo no te haría cesar.
Nadé entre mares de sospechas y dudas,
con la eterna amargura,
de quien no sabe flotar…
Corrí entre montañas,
de preguntas y excusas,
que nunca nadie supo contestar…
Y fue allí, donde entendí en silencio,
que solo tú eras el pintor de mi soledad.
Maldita tempestad.