Llovió sobre las cumbres huérfanas
de las praderas inertes…
Sopló ese viento del Norte,
que condena nuestras penas,
que derrite nuestros sueños,
que presiente el presente…
Tomamos nuestras capas,
ocluímos nuestros nidos,
urdimos nuestra suerte…
Atravesamos el océano,
sin destino ni camino,
con el alma del campesino,
que sólo posee molino y un poco de aguardiente…
Sólo nos queda tu herencia,
todo lo que me enseñaste, madre,
que en este valle de lágrimas,
sólo nos queda ser fuertes!
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